Una de las mayores virtudes de las que más debería presumir un artista es la sinceridad. Al margen del dominio de las técnicas pictóricas, o de una mayor o menor destreza en el dibujo, la sinceridad permite al pintor mostrarnos de una manera personal su mundo, sus pensamientos, sus deseos. Y es esa sinceridad la que nos atrapa y la que nos fascina. No hay nada más cautivador que la desnudez, por lo que de verdad y sinceridad nos transmite.
En una época como la actual, se echan de menos actitudes que nos transmitan cosas sin artificios, de una manera directa y al mismo tiempo muy personal. Elizabeth es una pintora sincera. Porque se desnuda ante el espectador y nos muestra sus deseos, sus miedos, sus pensamientos, y el espectador sabe que lo que se le muestra es verdad. No sólo eso, sino que Elizabeth también trata de buscar esa “verdad” en lo que ve, trata de ir un poco más allá de los rostros que ve, y buscar en lo más profundo, para hacernos ver lo que hay detrás de una sonrisa, de un beso, de un cuerpo de mujer. Miro sus cuadros y veo sentimiento, sutilezas y verdad. En un tiempo tan confuso y tan virtual como en el que estamos, donde da la impresión de que vivimos una época en la que todo es mentira, tanto a nivel social, como a nivel político, como por supuesto también a nivel artístico, se agradecen nobles y sinceras propuestas como las de Elizabeth. Te deseo, Elizabeth, un apasionante viaje por el exigente mundo de la pintura, que acabas de comenzar.
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